En Estambul pasamos tres días, dos de ellos los hicimos por libre y en el primero contratamos una excursión. La principal peculiaridad de Estambul es que une a dos continentes, Europa y Asia, así como a sus respectivas culturas. En ella, nos alojamos en el hotel Bulvar Palas. Es un hotel de cuatro estrellas que se encuentran en la zona vieja de Estambul. Está bastante céntrico para llegar al Gran Bazar y hay un tranvía que se puede coger muy cerca y enseguida llegas a este gran mercado, que es una de las principales atracciones de la ciudad.
Nuestro primer contacto con Estambul fue la mezquita de
Solimán, el Magnífico. Es una auténtica maravilla fue una de las que más me
gustaron de esta ciudad por la forma en la que entraba la luz por cada una de
sus vidrieras. A continuación, fuimos al mercado de las especias, uno de los
más antiguos de la ciudad. Lo que más llama la atención es el colorido que
existe en cada uno de sus puestos, ya que la mayoría son de especias, así como
el olor que desprenden. A mi personalmente me gustó bastante más que el Gran
Bazar, ya que es más pequeño y no existen los problemas del otro mercado;
además, la gente es mucho más respetuosa que en el otro. Allí adquirimos té de
manzana, aunque la verdad es que luego al hacerlo en España no sabe tan rico
como en las teterías de Estambul. A nosotros nos gustó sobre todo una que
estaba cerca del Gran Bazar, en ella no había apenas turistas ni mujeres, pero
se respiraba un aire muy auténtico. En los días que estuvimos en Estambul
íbamos por las noches a degustar una shisha de sabores (son las famosas pipas
de los países árabes) y un té, aunque probamos diferentes sabores el más rico
era el de limón.
Continuando con la excursión nuestra próxima parada fue un
restaurante del puerto y la verdad es que probamos un pescado parecido a la
lubina que estaba muy rico. Tras el almuerzo subimos a un barco que nos dio un
paseo por todo el Bósforo. En los alrededores del río se pueden ver casas
suntuosas, así como los diferentes palacios que tiene la ciudad como el palacio
de Dolmabahçe, uno de los más llamativos de Estambul. Por la noche decidimos
acercarnos al barrio de Taksim, uno de los más conocidos de la ciudad y en el
que pudimos cenar, entrar a una tetería e incluso comer algún dulce callejero
propio de esta ciudad.
Al día siguiente nuestra primera visita fue al tempo de
Santa Sofía. Es uno de los monumentos que más me apetecía ver, pero que me
decepcionó debido a que estaba en obras y había numerosos andamios colgados en
el interior de la misma, que desprestigiaban su grandeza. Además, por fuera lo
tenían muy mal conservado y la pintura del exterior se estaba cayendo a trozos.
La imagen no se parecida a la que siempre habíamos visto en los libros de
historia. Cerca de allí se encuentra un monumento menos conocido, pero que nos
sorprendió por su iluminación y su sencillez, se trata de las cisternas. Es la
forma en la que se comunicaban y llevaban el agua por las diferentes partes de
la ciudad. Es algo muy curioso y que llama mucho la atención. Además, te dejan
andar por el fondo y descubrir los entresijos de esta bella ciudad.
La tarde la dedicamos a recorrer el Gran Bazar. Es un
mercado en el que puedes encontrar casi de todo, el único problema es el agobio
de los vendedores. Además, tienes que regatear con ellos en todo y llega un
momento que puede llegar a ser desesperante. Los precios no están mal, sobre
todo si regateas, pero al final creo que no merece la pena perder mucho tiempo
allí, aunque conocimos a gente que iba todas las tardes a comprar, eso depende
del nivel de consumismo que poseas. El día lo terminamos disfrutando de otra
tetería.
En nuestro último día en Estambul decidimos recorrer un poco
más la ciudad. Existen dos palacios el de Dolmabahçe y el de Topkapi, como era
nuestro último día y no nos daba tiempo a ver los dos nos decidimos acercarnos
a este último. Es un palacio impresionante, sobre todo por su decoración. Si
pagabas un poco más podías entrar a las salas donde se encontraban las
colecciones de joyas de los sultanes, que sin duda es lo que más merece la
pena. Se pueden ver diamantes y otro tipo de piedras de gran tamaño engarzadas
en diferentes joyas como coronas o grandes collares, lo malo es que no te dejan
hacer fotos por lo que no puedo enseñároslas. Tras la visita al palacio, nos
acercamos a la mezquita azul, la más espaciosa y bonita que hay en Estambul,
tanto por dentro como por fuera. Lo que se me ha olvidado deciros es que como
sabréis para entrar en cualquier mezquita tenéis que ir con las piernas y los
brazos cubiertos e incluso en algunas te obligan a llevar la cabeza con
pañuelo. Normalmente a la entrada de los templos existen mujeres que te ofrecen
pañuelos para que te los coloques en la cabeza, pero si eres un poco
escrupuloso es bueno que te lleves tu mismo uno en el bolso y así no tendrás
ningún problema. Terminamos nuestro recorrido acercándonos al hipódromo, que es
una plaza en la que se encuentra un gran obelisco, aunque nuestro viaje finalizó
disfrutando de nuestro té de limón y de una buena shisha. Espero que os haya
gustado mi pequeño resumen de Estambul y que os animéis a ir, ya que es un
viaje que actualmente es bastante económico. A nosotros lo único que nos faltó
por visitar de Turquía fue su capital Ankara, aunque en la agencia no nos la
recomendaron, ya que se parece más a cualquier ciudad europea, pero eso va en
función de gustos, así que si tenéis más días os podéis animar a conocerla.
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